El moralista nos recomendará echarlos con cuidado a cambio de una buena indemnización y un pacto de no competencia. El buenista propondrá darles infinitas oportunidades hasta que se rediman. El utilitarista nos recomendará que miremos a otro lado y que aguantemos y aprovechemos su rentabilidad. Lo cierto es que este tipo de perfiles plantean más un dilema que un problema. Los dilemas se caracterizan por no tener una solución idónea. Nos conducen al mercado del mal menor. ¿Mantenemos los resultados que nos aportan y pedimos paciencia al resto de su equipo o bien ponemos los valores por delante aun a costa de renunciar a unos ingresos que seguro necesitamos?
Sostener una empresa es algo realmente complejo. Mucho más de lo que parece. Con el dinero de los demás todos tenemos las cosas muy claras y hacemos maravillas. Sin embargo, hay que ir con cuidado al proveer a los demás de razones basadas en la superioridad moral. Pero hay una cosa cierta. Estos perfiles nos ponen ante el espejo. Si hablamos mucho de propósito, si proclamamos determinados valores, no podemos mantener a gente que los conculca con su comportamiento cotidiano. No podemos. O renunciamos a los valores y entramos en un relativismo moral infinito, o tomamos decisiones incómodas. Antes de llegar a decisiones drásticas y definitivas uno debe haber reiterado algunas conversaciones difíciles. La gente merece una oportunidad, o dos, o más. Esto depende de la cultura de cada casa. Pero si toleramos malas prácticas, si no queremos ver que detrás de determinados resultados no hay buena gente, entonces abrazamos definitivamente la mediocridad.
Recomendación
Si se sienten desestabilizados por gente tóxica, es bueno que lo compartan; aceptar esta vulnerabilidad no nos quita ni un gramo de nuestra solvencia profesional o directiva
Y no se trata de hilar muy fino. No se trata de buscar a pluscuamperfectos de la bondad. Se trata de tener simplemente buena gente que respeta a los demás. Sin complicarnos la vida excesivamente. Hay cosas que son tolerables y otras no. Hay límites. Uno se puede equivocar. Pero hay límites. Y el límite está en el respeto a los demás. A los clientes, a los compañeros, a los accionistas, a los stakeholders. Hay límites. Esto no pretende ser un tratado moral ni un escarceo de psicología de autoayuda, que cada uno dibuje el perímetro de sus límites. Hay límites que deben ser conocidos. El management es management. Un arte y una técnica para dar resultados. El management humanista defiende que no podemos dar resultados de cualquier manera. No a cualquier precio. Hay que dar resultados, pero dentro de un perímetro de respeto. El humanismo no puede contagiarse de buenismo. No podemos mantener en nuestras empresas gente que nos empequeñece el alma, que no nos representa, que nos entierra la dignidad.
Y cuando los tóxicos son directivos notables de la organización, entonces, su capacidad de empañar la organización es enorme. Fuerzan a los demás a militar en la contradicción. Su toxicidad genera enormes manchas de miedo o de decepción. Su capacidad para crear lógicas de enfrentamiento entre buenos y malos se rebela como innata. Con total naturalidad disminuyen a la gente. Desarbolan su confianza. Martillean su curiosidad. Y convierten los comités de dirección en partidas de póker con las cartas marcadas. No podemos tener directivos tóxicos.
En cualquier caso, mi recomendación es que si se sienten desestabilizados por gente tóxica es bueno que lo compartan. Aceptar esta vulnerabilidad no nos quita ni un gramo de nuestra solvencia profesional o directiva. Simplemente, no nos lo quedamos dentro, no negamos que no nos dejan dormir, no escondemos que nos colonizan la mente más de lo que quisiéramos. Los tóxicos son este tipo de gente que hacen que no apetezca ir a una reunión si sabes que van a estar, ni que la reunión la hayas convocado tú mismo. Einstein los definía como esta gente que tiene un problema para cada solución. Si uno se siente muy desestabilizado por una persona tóxica más que recurrir a la autoayuda digital debe hablar con buenos profesionales.
Malas personas
Hay cosas que son tolerables y otras no, hay límites: uno se puede equivocar, pero el límite está en el respeto a los demás
Las empresas desarrollan una especie de mercado negro de tóxicos. A la que un directivo ve la posibilidad de enchufar a una persona tóxica a otro departamento, no duda en proclamar todas sus bondades e intenta que otro tenga más suerte en la lidia. Puente de plata. Al final, cuando las organizaciones no son muy grandes, lo que se acaba creando es un mercado solidario de tóxicos. Sabes que de vez en cuando te va a tocar convivir con esa gente que a pesar de dar resultados empaña ilusiones y tuerce los días.
Necesitamos empresas donde predomine la gente buena y la buena gente. Gente buena que nos aporte trayectorias con más resultados que excusas, que nos ayude a dar resultados hoy y a deshacer los nudos que nos permitan dar resultados mañana. Buena gente que nos refuerza la solidaridad interna, que siente la complicidad como un pacto no escrito con sus compañeros. Gente buena que despliega comportamientos que limitan a derecha con el respeto y a izquierda con el sentido común. Sencillamente, gente en la que uno puede confiar. Los tóxicos nos impiden crecer, los buenos profesionales no tiran para arriba. Los tóxicos crecen a costa de los demás. La buena gente crece haciendo crecer a los demás. Con ser buena persona no es suficiente para ser un buen profesional. Pero nuestros líderes y nuestros referentes solamente pueden ser los que suman profesionalidad y buen hacer, no se puede ser un buen profesional si no se es una buena persona. Un head hunter, buen amigo, me contó una anécdota que viene a cuento sobre alguien a quién en el mismo momento le dieron su bonus e ipso facto le despidieron. El bonus era por los resultados, el despido era por cómo los había conseguido.