Su ejemplo es un acicate para seguir creyendo que el compromiso con el periodismo vale la pena
Éstas líneas me quedan grandes. Vuelvo al momento en que conocí a Victoria Prego. La visitamos en RNE un grupo de estudiantes. Se sentó en una mesa y nos habló largamente sobre el oficio, paciente, menuda, con las piernas lejos del suelo y esa seguridad aplastante en sus palabras. Transmitía una pasión serena por su trabajo, era, es y será inspiradora. Sin pretenderlo ayudó a definir vocaciones y marcó un camino, una trayectoria, una forma de hacer.
El periodismo de la escuela Prego es la esencia del oficio: observar, escuchar, preguntar, reflexionar, comprobar y contar. No hay más y sin embargo ahora echamos de menos esa simple fórmula a diario. Las prisas, la inmediatez, la precariedad, la batalla de egos, todos los enemigos de un oficio riguroso se han ido abriendo camino. Ella como otros de su escuela se mantuvieron firmes a una forma de estar y participar en la sociedad.
El último proyecto profesional de Victoria se llama ‘El independiente’, también eso la define. Será recordada como una de las periodistas que completó brillantemente su trayectoria en cada medio. Llenaba la pantalla con su figura menuda en un momento en la que televisión buscaba caras jóvenes y a poder ser, atractivas. El suyo estaba en la mirada profunda y la voz serena, pero sobre todo en la credibilidad. Nació con una extraordinaria capacidad comunicativa que siguió alimentando. Tanto en la televisión como en la radio transmitía cercanía, pero también destacó en la prensa, en ‘El Mundo’ como firma de referencia y más tarde se sumó a la aventura digital. Pero para los que hemos dedicado buena parte de nuestra vida a la crónica política, Prego será siempre un referente. Sentada en la tribuna de prensa del Congreso, legislatura tras legislatura como testigo de los grandes debates para contar lo que ocurría desde la sabiduría que da la experiencia. Habrá sido incómoda para algunos y acertada para otros pero siempre ha sido ella, sin afán de protagonismo, de perfil en ese aluvión de eventos donde otros no desaprovechaban la oportunidad de dejarse ver.
Aunque entre todo su legado quedará para siempre como la narradora de la Transición. El mérito no fue contarlo si no conducir a los espectadores de diferentes generaciones por una etapa apasionante de nuestra historia colocándose desde un lugar de observadora y no de protagonista. La gran tarea de aquel trabajo que definió su carrera, incluso por encima de lo que ella quería, fue reunir a los protagonistas y construir un relato fiel
Victoria Prego ha sido una periodista sin más, de las mejores, pero sin más y sin menos. Una madre y una abuela, la mejor para su familia. Y una buena compañera, amable y accesible, comprometida con su oficio. La Asociación de la Prensa de Madrid consumió una parte de sus energías cuando ya la vida se las iba escatimando. Le tocó presidirla en una época difícil, hacer entender a los compañeros que no se podía mantener una atención médica, originada en otros tiempos pero inasumible económicamente para la Asociación y para el propio sistema. Fue un desgaste explicarlo, como es cada una de nuestras batallas en un oficio que lejos de ser corporativista como se percibe desde fuera, tiende a generar conflictos internos constantes. En estos tiempos complejos para la política y la profesión de los informadores, la serenidad de Victoria Prego es un acicate para seguir creyendo que el compromiso con el periodismo vale la pena, que la función social del oficio, no de sus protagonistas, sigue siendo imprescindible. Cada vez más.
En la mesa del despacho de la sede de la Asociación quedan los tarjetones con su nombre que guardo con respeto y esa sensación de que todavía su silla me queda grande. Decimos que en este país se entierra muy bien pero prefiero pensar como dice la canción, que la gente buena no se entierra, se planta.
MARÍA REY
MADRID