Newsletter 17 – septiembre 2024
Desde que Aristóteles dividió el estudio de la política y la ética, parece que cada vez existe más distancia entre ellas. Me explico: lo ocurrido la semana pasada en España, si bien políticamente supuso un ejercicio de madurez democrática (facilitando algo esencial como es la alternancia), la intervención de los líderes de los diferentes partidos éticamente dejó mucho que desear.
La tramitación de la moción de censura ha sido impecable. Roto el tabú del artículo 155, a nuestra democracia solo le quedaba el tabú de la moción de censura, que nunca había llevado a destituir un Gobierno. Por ello, nuestra democracia, ya madura por el transcurso de los años, alcanzó la semana pasada su plenitud, al destituir a un Gobierno salpicado por una sentencia judicial que pone fin a un proceso con severas condenas por corrupción.
No ha sido tan impecable la ética de los que intervinieron ya que, en menos de una semana, muchos se desdijeron de lo que habían dicho. Desde un PNV que hacía escasos días pactaba un Presupuesto para dar estabilidad al Gobierno y obtener importantes beneficios, a un Pedro Sánchez que describió su postura como radicalmente contraria a esos mismos Presupuestos –alegando que “somos un partido serio; frivolidades, ninguna”, pidiendo elecciones anticipadas, y negando cualquier apoyo a las cuentas por atacar el estado del bienestar, entre otras muchas cuestiones– para pasar a defender el jueves que ejecutaría los mismos “malévolos” Presupuestos. Todo ello, para comprar los votos del PNV que, a su vez, ya había comprado Mariano Rajoy, a precio de oro.
O Pablo Iglesias que, de negar la investidura de Pedro Sánchez en la legislatura fallida, pasó a desgañitarse el viernes después de la votación gritando en el hemiciclo “sí se puede”.
Escribió Aristóteles en Ética a Nicómaco para definir la ética en la política: “Donde depende de nosotros decir no, somos también dueños de decir sí”.
Joan Tardà fulminó cualquier teoría aristotélica para decir que: “Nuestro voto es un sí, pero que es un no”. Simplemente, para justificar un voto, que hacía pocas horas negaban a cualquiera que hubiese apoyado el 155. Y todo ello en compañía de sus socios del PDeCAT, quienes manifestaron que solo votarían a favor de la moción de censura, si se hablaba de los políticos presos, alegando incluso en su discurso que no se entendería el voto afirmativo ya que en Catalunya había mucho “dolor”. Todos ellos pasaron, sin mayores explicaciones –y tragándose todo lo dicho–, a votar a favor de la moción de censura.
Si realmente queremos regenerar la política, quizás lo más fácil sería acercar la política a la ética o, como decía Aristóteles, la política debe estar supeditada a la ética.
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