Van saliendo expertos en noticias explicándonos que aunque controlaremos al coronavirus, es muy probable que tenga un repunte en octubre o el año que viene. Parece seguro que en el 2021 ya tendremos herramientas, vacunas y medicamentos para prevenirlo. Hasta hace poco el problema que iba a acabar con nosotros era el cambio climático. Nos explicaban que en el 2100 la temperatura habría subido, los hielos del ártico y del antártico se habrían fundido, el nivel del mar habría subido, la agricultura sería más difícil. En fin, un desastre.
Parece como si nuestros superiores en el más allá nos hayan enviado el mensaje de: “Chicos, preocupaos de los problemas que veis hoy, no de los que tendréis dentro de 100 años”. Y para centrarnos en el tema nos hayan soltado el coronavirus. A medida que lo matemos es obvio que tendremos que preocuparnos por poner rápidamente en marcha la economía. Hemos de agradecerles a nuestras administraciones, a nivel europeo y español, que pongan fondos accesibles a pequeñas y medianas empresas (y también a las grandes) para que vuelvan a ponerse en marcha rápido, pagar a su gente y devolver su deuda en cinco años.
En momentos así, si podemos ayudar, hemos de ayudar, nos cueste lo que nos cueste; hay vidas que salvar
He podido seguir varios casos de pequeñas empresas que ya han metido en caja los fondos para esa recuperación, o sea que los bancos están en marcha, ¡gracias! Pero pensemos que los bancos prestan para ayudarnos a avanzar si se ve que generamos suficiente valor para devolverles el dinero que nos han prestado con sus intereses. Estas empresas han hecho su plan, lo han explicado bien, han convencido, y sus jefes, en más de un caso que he podido estudiar, tienen un entusiasmo que se contagiará a sus empleados y la compañía saldrá adelante como un cohete. ¿Podemos pensar en estas cosas, trabajarnos ese nuevo “plan de negocio”, conseguir los fondos si hacen falta, ponernos un calendario para sacar todo lo posible del 2020, con incertidumbre, pero con un 2021 de éxitos, uno tras otro?
El coronavirus nos ha demostrado, probablemente de forma inconsciente, “que los chinos nos quieren”. Lo primero que se agotó en el tratamiento a los contagiados o candidatos fueron las mascarillas. Las primeras que me llegaron fueron enviadas por colegas que trabajan conmigo en China y en cuanto supieron que nos había llegado el coronavirus me enviaron quince grandes cajas llenas de mascarillas. Todas esas cajas acabaron en el hospital Clínic que tenía necesidad de ellas. Las segundas que me llegaron fueron de un exalumno, alto cargo del Gobierno chino y me dijo que nos estaba agradecido. Las hermanas Lidan y Liling Qi, de la empresa Puente China establecida aquí, han conseguido traer millones de mascarillas, trajes protectores para el personal de los hospitales y para los pacientes, y ahora ya equipos respiratorios. Sus contactos en China son muchos y además saben distinguir quiénes son los mejores proveedores en cuanto a calidad, precio y fiabilidad en todo, así como organizar la logística. Pero tenemos una gran burocracia. El primer envío que recibí de Shanghai fue retenido cinco días en la aduana y aún siendo una donación, le aplicaron un precio estimado y le cargaron IVA y derechos de importación, que más los transportes subió a una cantidad relevante, mucho mayor que el coste de las mascarillas. Y la burocracia ha seguido. El agradecimiento de quienes han podido recibir estas donaciones es extraordinario. En momentos así, si podemos ayudar, hemos de ayudar, nos cueste lo que nos cueste. Hay vidas que salvar. Hemos de felicitar a médicos, enfermeras, y todo el personal que mantiene a tope los centros sanitarios. Tenemos mucha gente fenomenal. ¡Gracias!