Si el respeto fuera un valor realmente imperante en los distintos ámbitos de nuestra sociedad, otro gallo cantaría. El respeto es una actitud personal positiva que nos permite vivir de forma armoniosa; para mí, un fundamento básico sobre el cual se sustenta todo. ¿En cuántos ámbitos de la vida nos viene al pensamiento que si el respeto fuera un valor imperante, las cosas serían mucho más fáciles y sencillas? Probablemente ahorraríamos muchas horas de discusiones estériles y situaciones conflictivas.
Que la cultura que impere en una organización sea una cultura sana, y no tóxica, lo que para mí es un must, depende en gran manera de cómo las personas que la forman se relacionan sin ofenderse entre ellas en su día a día y, por tanto, cómo entienden el respeto en sus interacciones.
El respeto empieza por uno mismo llevando a cabo el cometido que tenemos encomendado buscando siempre la EXCELENCIA, identificando qué es aquello que solo puedo hacer yo desde mi posición, y que nadie más hará por mí, y lo que sí pueden hacer otros en lugar de hacerlo yo mismo, lo que no deja de ser una muestra de respeto a sus responsabilidades.
Saber estar en el sitio adecuado en el momento adecuado aportando lo mejor de ti mismo es una máxima que para un alto directivo consiste en saber, por ejemplo, que tu responsabilidad como directivo no te convierte en shareholder de la empresa, aunque sientas la empresa tan propia como el que más. Un CEO no es el accionista y por lo tanto no debe de confundir los roles que cada uno tiene encomendados; en cuántas ocasiones he visto que cuando esto sucede, las cosas no acaban bien.
Cuando dirigimos personas, respetarlas también significa ofrecerles todas las oportunidades de crecimiento que sean posibles; posibilitar una carrera profesional que les permita realizar sus aspiraciones y aportar a la empresa su esfuerzo, lo que indudablemente dará más sentido a su trabajo que, en definitiva, es una parte importante de su vida y generará compromiso empresarial. Trabajar para que todos los colaboradores encuentren un sentido en su trabajo diario es también para mí una forma de respetarlos.
La actitud del respeto, en el ámbito de la gestión empresarial, impacta en las diferentes dimensiones diarias de dicha gestión; por ejemplo, el respeto y fomento de todas las opiniones. Respetar comporta destinar tiempo a escuchar, a entender las posiciones de los demás; este es un tiempo muy bien invertido. Si estas opiniones están formuladas con educación y buena fe nos conducen a un mejor diagnóstico y propuesta de soluciones; en este sentido el contraste de pareceres es un elemento indiscutible para conseguir la excelencia. Pero si la organización ha generado la cultura tóxica de que es mejor no opinar de forma distinta del jefe, dicha cultura acabará impregnando toda la organización, lo que conllevará un empobrecimiento de esta y la pérdida de la mencionada excelencia, que es nuestro deber impulsar como directivos.
Y no hay mayor falta de respeto que el hecho de no reconocer el nivel de esfuerzo, de desempeño y de resultados de nuestros colaboradores. Y para reconocer, previamente hay que conocer, dos caras de una moneda que son imprescindibles para evitar que la desmotivación conduzca al fracaso. Un reconocimiento al esfuerzo y logro de nuestros colaboradores, que no siempre debe de ser económico y que se debe de administrar de forma equitativa. Lo que conlleva también actuar de forma radical cuando el desempeño no es el adecuado; y ello también es una señal de respeto para todos aquellos, seguramente la inmensa mayoría, que sí que están implicados y que cumplen. Todo ello, en su conjunto, no es una tarea nada fácil y a la que tenemos que dedicar mucho más esfuerzo seguramente en las organizaciones.
Y para finalizar, como en todos los valores, estos se transmiten con el ejemplo. El CEO y los directivos tenemos la responsabilidad de crear una cultura empresarial sana transmitiendo formas de dirigir y actuar desde el respeto, haciendo de este un aliado imprescindible para generar el compromiso y la credibilidad necesaria para conseguir los objetivos empresariales y personales que toda organización debería perseguir.
Constantí Serrallonga Tintoré
Director General de Fira de Barcelona y vocal de la Junta de ABE